jueves, 26 de marzo de 2020

Sin certezas



“Oh, si tan solo pudiera conocer el asunto del fin de este día”, decía Julio César, en la tragedia escrita por William Shakespeare, que lleva el mismo nombre del emperador romano. Las profecías nunca han sido el fuerte de la humanidad; los profetas, han estado reservados para la ficción y la fantasía.

Nunca imaginé vivir tiempos de pandemia. Para mí, la historia de la peste negra, siempre pareció una reliquia del pasado. Nunca creí que llegaría en mi tiempo de vida algo como esto,  a traumatizarlo todo. No obstante, aquí estamos, tratando de desafiar al destino, ese que cobró la vida de lo que se cree fueron entre 20 y 30 millones de personas hace un siglo, en la última gran pandemia, la mal llamada gripe española.

La vida es frágil. A pesar de la inmensidad de todas nuestras aspiraciones y deseos, todos ellos simplemente habitan en un cuerpo que agitado respira alrededor de ocho mil veces al día. Una cadena de reacciones bioquímicas que funcionan por sí solas mantiene la ilusión de una existencia que se define por exigirse y exigir a otros, muchas veces con la obcecación que reside en nuestras creencias, en nuestros modelos mentales.

Soy profesor de psicología; mi labor reside en el teatro de las imaginaciones y las subjetividades. Pero nunca antes había sentido, con tanta urgencia, que es necesario reconocer que esta vida que tengo, que considero privilegiada en poder enseñar y elucubrar sobre asuntos de la mente y las emociones, es solo un eslabón más, un punto más, una molécula más, en medio del entramado colectivo y social que nos une sin percatarnos. Y doy gracias al infortunio por ello, a la pandemia, incluso, a la pesadilla de imaginar posibles desenlaces de angustia.

Pero mi intención con este corto escrito, es compartir mi preocupación dada, en vernos afectados por la incertidumbre que vivimos, a tal grado, que apelamos a la irrealidad de querer vivir en los tiempos previos a este hecho traumático y tajante que es el COVID 19.  Y es que, para nosotros sobresalen las soluciones imperfectas de la virtualidad de las clases. Tampoco nos abandona el desacierto de no saber relacionarnos, si no es con las pruebas fehacientes de ver, en vivo y en directo, recibir lo que se nos ha prometido; como un personaje de literatura griega, nos aferramos a la invisibilidad de nuestra tragedia, distrayéndonos en nuestros propios reclamos, hasta maximizarlos tanto, que obviamos ese entramado colectivo, en el cual se dibujan las vulnerabilidades que nos conectan a todos.

Demos gracias a nuestros médicos por estar en la primera línea de guerra. No obstante, quienes no cargamos con tan grande responsabilidad, si nos recae la obligación de enfrentar el peligro de la crisis social y económica en ciernes. Así como para un médico no hay certeza absoluta de cura para su paciente, así para nosotros, no hay certeza absoluta en estos tiempos, de poder cumplir a cabalidad con nuestros deseos y los de otros: los de nuestros estudiantes, nuestros compañeros, nuestros consultantes, todos quienes nos rodean. Pero, no hay que asustarse con truenos antes de ver relámpagos. Nuestra incapacidad para controlar y predecir los eventos, es solo un detalle, un olvidado resquicio de una evolución siempre imperfecta. A cambio, tenemos la virtud de la cooperación humana, para pensar en las consecuencias de nuestras propias decisiones, en las vidas de otros; también, contamos con un potencial para compartir información valiosa y con sentido, motivados por lo que importa, lo inherente, el deseo por el verdadero conocimiento. No interesan realmente, palabras siempre abstractas, dichas con toda clase de conveniencias, prejuicios y obsesiones; palabras como evaluación o calidad. El verdadero aprendizaje es el que nos obliga a responder ante lo inesperado; la ignorancia, es insistir en lo que siempre hemos creído y siempre hemos hecho. 

La humanidad significa cooperación, y un desequilibrio en la inercia del mundo, vuelve y nos pone a prueba.
Gracias por escuchar estas palabras, aunque no haya certezas.