domingo, 2 de octubre de 2016

Recordar

Esto no es una división entre quienes quieren la paz y los que no, cierto. Pero, es el choque inevitable entre dos historias: Una, es sobre querer dar justicia, recordando lo que hicieron los violentos; la otra, es sobre querer estar en paz, perdonando y olvidando.
Como era de esperarse, las personas somos esclavas del recuerdo, de las historias que nos hemos repetido constantemente desde que somos niños. Y es que todo el mundo quiere pensar que su vida es la de los buenos, la de los justos. Pero, el problema, es que los violentos quieren pensar lo mismo, quieren recordar de la misma manera. Y así, estamos en un problema simple: No podemos eliminar a los violentos, porque no somos asesinos. Y tampoco podemos pedirles que se enajenen de sí mismos, porque sus discursos, si los dejan hablar, o sus balas, si no se los permiten, nos recordarán que ellos existen también.
Muchos creen que hoy se hizo justicia, al rechazar el Plebiscito por la paz con las Farc. Esto no es cierto. Hoy solo se reescribieron las mismas historias de siempre. Y como los recuerdos, nunca descansan; de hecho, se fortalecen con la repetición, y se justifican en los hechos, sobre todo ficticios. Así que, hoy será un recuerdo más en mi vida y las suyas, y muchos se sentirán indignados del resultado, o de los reclamos de amigos y parientes. Pero, tengan cuidado con lo que recuerdan, porque en últimas los hará extraños de sí mismos: Hoy Timochenko hablaba de paz, y el 62% de los colombianos decidían aplazar un proceso concreto, por esperar otro que ni siquiera está escrito.

viernes, 23 de septiembre de 2016

El lugar de la procesión, es por dentro: Sobre el porqué las Procesiones no deberían usar recursos públicos directos.

Este es un escrito que probablemente será muy impopular. Pero impopulares también fueron en su tiempo medidas en contra del orden establecido por la Iglesia Católica. No es menospreciable el poder que ha tenido la institución ya milenaria, no solo en la fe de las personas, sino también en la posesión de bienes y tierras, la regulación de la moral pública, y la formación del carácter y las ideologías personales.

Soy de Popayán, una ciudad de tradición colonial española; un lugar donde parece impensable que alguna vez no hubo crucifijos hechos con el cincel del arte religioso, que encierran historias anónimas. Y es que cuántas anécdotas no quedarían prácticamente sepultadas por el peso, no solo del olvido, sino de la repetición mecánica, casi robótica, de estas tradiciones.

No obstante, Colombia, este país donde crecí y he vivido, es actualmente un lugar interesante, por cuenta del fallo de la Corte Constitucional que declara inexequible el artículo °8 de la Ley 1645 de 2013 “por la cual se declara patrimonio cultural inmaterial de la Nación la Semana Santa de Pamplona, departamento de Norte de Santander y se dictan otras disposiciones”. Esta Ley promovía la dirección directa de recursos del Estado en la realización de la festividad religiosa en Pamplona, y al declararse inexequible, obliga a sus promotores a mantener viva una tradición, seguro valiosa para miles de personas, por cuenta de sus esfuerzos privados, y no por cuenta de inversiones públicas. Recientemente, los fallos de la Corte Constitucional también han sido no solo interesantes, sino éticos, al promover los derechos de la población no heterosexual, al apoyar la educación diferencial en los colegios sobre temas de sexualidad, al permitir la eutanasia y también al apoyar el proceso de paz.

Sin embargo, la religión juega un papel gravitacional en la sociedad latinoamericana. Cualquier razonamiento verdaderamente laicista sobre el uso de los recursos públicos, contra la inversión religiosa, siempre va a generar un enfrentamiento ideológico, entre creyentes radicales, creyentes confesos, creyentes de término medio, escépticos, agnósticos y ateos. Pero, este escrito va dirigido directamente a los creyentes de punto medio. No está dirigido a personas como la senadora Vivian Morales, o el procurador Ordoñez, confesos defensores a ultranza de tradiciones dogmáticas que tienen su fecha de caducidad impresa. No, este escrito va dirigido a quienes insisten en que las tradiciones religiosas, como las Procesiones de Semana Santa, en Pamplona, o en Popayán, dejaron de ser desde hace décadas una representación del poder religioso, para convertirse en un reflejo de la actividad de civiles, que hicieron de la creencia religiosa su identidad personal y cultural. Según estos creyentes, que de hecho son la mayoría de las personas de Popayán que conozco, la Corte Constitucional ha incurrido en un exceso de laicismo jurídico, y ha terminado por atentar, no solo contra el valor de la fe personal y colectiva, sino también en contra del bienestar objetivo y civil de ciudades que ven notablemente mejorada su economía por cuenta de los miles de turistas que llegan en la semana mayor.

Creo vale la pena revisar, con rigor, estos argumentos. Porque, de hecho, vivimos en una sociedad tan religiosa, que incluso para los creyentes de término medio, la decisión de la Corte resulta no solo sin fundamento, sino también odiosa. 

El primer argumento es objetivo. Las cifras no mienten, dirían, no necesariamente los semanasanteros, personas muy devotas de la tradición, sino incluso los creyentes de término medio. La Cámara de Comercio de Popayán[1] reportó que en este año 2016 llegaron a la Semana Santa 55 mil turistas, provenientes en su mayoría de otras partes del país. Y es que es cierto, solo su desplazamiento genera anualmente un incremento notable de los ingresos en transporte aéreo y terrestre para empresas particulares. Dice el periódico El Nuevo Liberal: “destacó la solemnidad de las procesiones y su buen nombre”, para dar un apoyo retórico a las ganancias comerciales. También, organizaciones gremiales destacaron los ingresos hoteleros durante escasos tres días, de casi el 100% durante las fechas de la pascua.

Pero, quienes critican el fallo de la Corte Constitucional, y bien saben defender el valor económico de la Semana Santa, fallan en defender su valor civil. A continuación, me extiendo en este respecto.

Primero que todo, una financiación directa del Estado a la Semana Santa, vía recursos de la Nación que suelen emplearse para la salud, la educación y la recreación, por ejemplo, comprometería aún más el valor social y político de la Semana Santa. La pondría en ventaja sobre cientos de eventos nacionales que también congregan a miles de ciudadanos en diversos centros urbanos de Colombia, y que a su vez también generan cuantiosos ingresos comerciales. Es cierto que, por ejemplo, la Semana Santa en Popayán prácticamente salva la viabilidad económica anual de hoteles y negocios comerciales. Pero el fallo de la Corte no es una prohibición de esta festividad cultural, ni una medida en contra de su posibilidad de beneficio social y económico, sino que es una medida preventiva en contra de la concentración de decisiones políticas con peso religioso.  

Y esto nos conduce a mi segundo punto: El valor cultural de la Semana Santa es tentador para cualquiera que tiene en mente la posibilidad de inversiones asistidas por los gobiernos nacionales y territoriales de turno. Muchos, de manera incomprensible, no ven una amenaza a las libertades civiles, cuando sabemos de casos en los cuales los arzobispados negocian con políticos de turno la compra y venta de predios a precios acomodados, las exenciones tributarias y los apoyos soterrados en sus cultos a posiciones políticas de su conveniencia. Y en este caso, no hablo de lo que pasaba en Colombia hace treinta, cuarenta, cincuenta o cien años. Hablo de lo que todavía sucede, a puerta cerrada, con ese modus operandi con el cual Iglesia Católica influenció en la política durante siglos.
Aunque el tema económico es claramente el más relevante, no deslegitima la decisión de la Corte Constitucional. El dinero y la fe, valga recordar, están hechos de las mismas ilusiones. El dinero especula sobre el valor marginal de las experiencias y las posesiones, tanto como la fe especula sobre la existencia de una vida única e irrepetible, con epifanías y misterios, que en últimas, no son más que interpretaciones humanas sobre el valor espurio e intangible que tienen todas las experiencias, todos los recuerdos y todas las emociones.  

A veces pienso, que quienes creen que las tradiciones religiosas pueden aprovecharse para obtener dinero comercial, no están prestando atención a lo que ha sucedido en la sociedad humana en general, por cuenta de este enfrentamiento inevitable entre fe y racionalidad. Precisamente, el laicismo ha buscado, desde la ilustración, enriquecer este debate con filosofía moral y ciencia. Al no hacerlo, el Derecho sobre lo público queda inevitablemente a merced de los temores más humanos, por la muerte, la soledad y el rechazo sufrido por pensar diferente. Y tales temores, no son ficticios, ni son exageraciones psicologizantes. Han tenido, y seguirán teniendo, un impacto colectivo y social para nada despreciable, conducente, entre otras cosas, a que ocurrieran hechos tan diversos y terribles, como quinientos años de oscurantismo medieval, o miles de asesinatos ritualísticos desde la antigüedad, hasta nuestros tiempos. Y más actualmente, cabe recordar, cómo la Iglesia Católica ha legitimado miles de casos de pederastia, ha concentrado riquezas, y además, ha mantenido favorecimientos ideológicos y políticos, que son contrarios al bienestar de miles de personas.

Y todo esto, me lleva a mi cuarto y último punto. El debate sigue siendo entre laicismo y religiosidad. No es realmente, entre practicidad civil e interpretaciones constitucionales. Lo que está sucediendo en Colombia, por cuenta de un enfrentamiento entre posturas jurídicas y opiniones públicas, ya ha sucedido en decenas de países y naciones del mundo. Es por cuenta de esto, que considero quienes se indignan por la posición de la Corte, fallan considerablemente en la validez de su reclamo. En países como Finlandia y Alemania, las religiones no solo no son subvencionadas por el Estado, sino que deben pagar impuestos. Y es que, la irracionalidad de sus creencias, debe ser permitida, debe haber libertad de cultos, pero también debe tener un precio, un costo racional. Porque, aunque la Semana Santa parezca salvar el bienestar de comerciantes payaneses, al fin y al cabo, la Semana Santa sí es proselitismo religioso. El caso, es que la Iglesia Católica, unida por conveniencia con iglesias cristianas, apoyó la oposición al matrimonio igualitario y la enseñanza de la diversidad sexual. Igualmente, lo hizo con la aprobación de la eutanasia, y lo seguirá haciendo con cualquier medida que ponga en jaque a los absurdos argumentos de todas sus teorías sobre el pecado original, la familia y la moral cristiana. Y es que es simple, la religión es humana, y siempre va a intentar convencer ideológicamente a sus practicantes, directos, e indirectos.  

Aunque, claro, los creyentes radicales y más papistas que el Papa, dirán que la Semana Santa es diferente a las misas, las catequesis y los sacramentos. Pero esta no es una postura honesta, y de hecho, creo que ese es uno de los mayores males de la religión, porque mantiene el valor de una retórica deshonesta.  El caso, es que la Semana Santa mantiene vivo el poder que la Iglesia sigue teniendo en la sociedad civil, porque la Iglesia es la institución que hace posible esta festividad, tanto en su logística, como en su "propiedad intelectual". 

El caso, para finalizar esta postura mía, personal, sobre el porqué la Corte tiene la razón, quisiera decir que quienes no somos creyentes, también valoramos la tradición religiosa, por cuenta de que sabemos también ha sido objeto de las buenas virtudes de la sociedad humana. No obstante, la religión no deja de ser un mecanismo milenario de ataque irracional al pensamiento científico, y de defensa a ultranza de la irracionalidad que logra unir, sin discusión filosófica y moral alguna, a miles de personas, en beneficio de intereses políticos y particulares, sino es que de vanidades emocionales y tradiciones familiares. Así, diría que no es cierto que la Semana Santa es civil; creo, como dice la Corte en el fallo, que sigue siendo una actividad religiosa, y yo añadiría, impone a las personas una visión ideológica,  condicionante de emociones. Así, su financiación pública significaría un retroceso significativo de la sociedad humana. Caso distinto, pasa con tradiciones con imágenes religiosas, donde el sincretismo permitió mantener vivos estilos de vida realmente colombianos. Las fiestas patronales, por ejemplo, demuestran una riqueza cultural que sí merece apoyo estatal, porque le permiten a cualquier visitante ampliar su visión de la naturaleza de la sociedad, en beneficio del humanismo y la racionalidad, a las cuales aspiramos. Y esto no es carreta de la modernidad: Es simple, defienden la diversidad de cultos, de razas y de formas de vivir, sin condicionar la moral humana, ni condenar vidas diferentes.
Por el contrario, las procesiones son distintas. Son réplicas, sin desarrollo cultural alguno, de lo que era la vida medieval española. Financiarlas es similar a la labor de un anticuario. Solo, que mantienen vivas antigüedades que ni siquiera son nuestras, y por nuestras me refiero a la sociedad a la que realmente pertenecemos.  Así, si los particulares quieren ser los dueños de un anticuario de hecho extranjero, bienvenido sea. Y si quieren hacer negocios con comerciantes y hoteleros, genial. Pero el Estado tiene mucho más que cuidar, que sí es nuestro. Y lo nuestro, es de todos, no de los creyentes de una de las decenas de cultos que existen en Colombia.  Así que, el lugar de las procesiones católicas, no es por fuera, gastando recursos públicos: Es por dentro, invirtiendo recursos privados.  




[1] Periódico el Nuevo Liberal: http://elnuevoliberal.com/semana-santa-dejo-estadisticas-positivas/

lunes, 15 de agosto de 2016

Una defensa del Manual de Ambientes Escolares del MinEducación

Vale la pena pronunciarse sobre lo acontecido esta semana, por cuenta de las protestas contra el Manual de Ambientes Escolares y la publicación de las Preguntas Orientadoras para Profesores y Rectores, que el Ministerio de Educación realizó en colaboración con Naciones Unidas, con el objetivo de disminuir la discriminación de niños en los colegios, por tener diferentes orientaciones de género. También, es de resaltar, tales publicaciones respondieron a lo pedido por la Corte Constitucional, en sentencia en derecho a un fallo relacionado con la muerte de Sergio Urrego.

Y es que Sergio Urrego se suicidó llamando la atención sobre cómo fue discriminado y utilizado como objeto de burla en su colegio, por cuenta de su homosexualidad. Él,  uno de tantos menores de edad víctimas de la discriminación que sucede en la cultura colombiana, fue un héroe y un mártir. Los reclamos del joven suicida siguen vigentes, como si siguiéramos velándolo, en una ceremonia sin fin. 

Ya es conocida la historia reciente. Fanáticos religiosos como Ángela Hernández, Diputada de la Asamblea Departamental de Santander, la senadora Vivian Morales, así como el de siempre, el Procurador Ordoñez, se pronunciaron en contra de la publicación de estos dos documentos. Con una mezcla de verdadera indignación ideológica y oportunismo político, los líderes ante la opinión pública de políticas regresivas en derecho igualitario, supieron movilizar a miles de simpatizantes cristianos y católicos, en contra de la aún en desarrollo iniciativa del ministerio por garantizar una equidad en el trato en derechos para niños homosexuales en todos los colegios colombianos. No obstante, la oposición a estas publicaciones no solo se hizo usando el derecho constitucional de protesta pública. En Internet y empleando las redes sociales, muchos vieron versiones alteradas del Manual, así como de las Preguntas Orientadoras; junto con imágenes de animaciones de alto contenido erótico, algunos terroristas ideológicos aprovecharon el clima de indignación global, multiplicado por la facilidad y la disponibilidad para la misma a través de Internet, para caldear los ánimos. Así, lograron darle un golpe de opinión a las iniciativas del Gobierno Nacional en promover derechos individuales para una población discriminada y vulnerable en Colombia, la población LGBTI.

La revista Semana, en publicación de hoy 15 de Agosto, resume este incidente político e ideológico. Resalta la responsabilidad de quienes alteraron la “cartilla”, que realmente es un manual sobre contenidos conceptuales y teóricos de género, y pone en duda lo constructivas que fueron las iniciativas de quienes lideraron la marcha contra estas publicaciones del ministerio. No obstante, Semana y otros medios, también responsabilizan a la Ministra de Educación, Gina Parody, por lo que afirman fueron una serie de sucesos desafortunados en la publicación del Manual y las Preguntas Orientadoras. No obstante, el Manual está lejos de ser una imprudencia, o un documento descuidado o insensible. A continuación, diré tres razones principales. 

Primero, es de opinión pública, y reforzado por la revista Semana y otros medios, la idea que de que el Manual dice: “no se nace siendo niña o niño sino que la sociedad construye esos modelos”1. No obstante, revisando el Manual2, es claro que nunca se afirma realmente esto. El Manual empieza su primer capítulo explicando que el problema de fondo está en que no es cierto que biológicamente existan solo dos sexos. Por ejemplo, la expresión genética y hormonal, pueden llevar tanto a la condición de macho y hembra, como a la de intersexual. El problema que plantea el Manual, es que la visión hegemónica sobre la sexualidad ha fallado principalmente en entender la raíz de la diversidad sexual: Su naturaleza biológica. Es por esto que resulta sin fundamento afirmar que el Manual se hizo con una “Ideología de Género”. Y de hecho sorprende que la misma revista Semana promueva una visión prejuiciosa sobre el Manual.

Segundo, el Manual es consciente que los derechos de los niños diferentes, no dependen solo de una teorización científica sobre la divergencia del sexo, sino que es necesario plantear un encuentro entre lo que dice la ciencia del sexo, con la defensa en derechos de estos niños. Por esto, desde el tercer capítulo, el Manual se centra en definir una ruta de atención a los derechos de niños con sexos divergentes, para que puedan construir su orientación de género. Y es que el género, ya tiene que ver con cómo lo biológico logra expresarse en un ambiente cultural. Es decir, si un niño siente atracción por el mismo sexo, por razones propias de su desarrollo biológico, va a depender de la cultura el que el niño sienta que tal inclinación es correcta o incorrecta, y propia de su identidad personal, o extraña y amenazante para consigo mismo. Por esto, tampoco es cierto lo que afirma la revista Semana, o lo que piensan muchas personas, con respecto a que el Ministerio se equivocó al promover la realización de un Manual o “Cartilla” que insiste en que el género es un producto cultural. Pero, cabe resaltar, que sigue siendo mucho más preocupante la interpretación de los fanáticos religiosos, dada en creer que cualquier  explicación científica sobre la diversidad sexual y de género (con explicaciones biológicas y culturales), pone en peligro la moral humana, solo porque desmiente los mitos de las narraciones pastoriles en las cuales se basan sus irracionales credos cristianos y católicos.

Y tercero, lo más preocupante de todo. Creo que no ha podido ser más claro el temor que la sociedad le tiene a la religión. La opinión pública parece temer a decir lo obvio: Que las religiones, aunque buenas para las personas, son malas para las sociedades. Bueno, es comprensible que los fanáticos religiosos se expresaran con vehemencia ante cualquier demostración de lo absurdas y ridículas que son las teorías sobre la moral sexual que puedan derivar de la Biblia. No es para menospreciar la forma como el “buen libro” denigra y condena cualquier orientación sexual y de género que es diferente a la impuesta por la cultura agrícola y pastoril que dio origen a las normas de convivencia patriarcales, hace tal vez diez u ocho mil años, en lo que hoy en día conocemos como medio oriente. El Antiguo Testamento hace explícitas las condenas a la homosexualidad en varios de sus libros (ej., Levítico, Deuteronomio y Reyes). 

Cuando nace el Estado agrícola, también nacen las normas de regulación de la vida privada de las personas. Lo escrito por la cultura judeo-cristiana hace miles de años, tiene como origen buscar regular a una sociedad que vivía el tránsito de la vida nómada a la vida pastoril, donde la cultura letrada no surgía todavía, sino solo una cultura oral, prescriptiva del comportamiento de otros a través de una moral severa con tribus desconocidas. Pero, si el Viejo Testamento parece violento con la diversidad sexual, el Nuevo Testamento solo legitima dicha violencia, y dicha discriminación (ej., Romanos, Corintios, Timoteo, Judas, Efesios y Hebreos), incluso, con mayor agresión que el libro previo a la llegada del mesías cristiano.

Pero, ¿Qué es Dios? Es ciertamente la pregunta central. No es si la Ministra pudo haber evitado un discurso controversial; tampoco, es si era necesario que el Gobierno pusiera en riesgo el Plebiscito por la Paz, solo por un capricho de algunos liberales por hablarle de diversidad sexual a niños en los colegios. Esta es una pregunta realmente seria, que la sociedad colombiana evita atender una y otra vez. Las razones, seguro son diversas: Parece poco práctico entrar en conflicto con las Iglesias, porque son la tradición y tienen poder político. También, porque las personas siguen temiendo a un mundo sin religiones, como niños que crecieron en una sociedad donde las religión es respetada y considerada como necesaria, sino es que noble y moral. Pero la incógnita sigue, sin resolverse. 

Mientras el Ministerio de Educación creó un Manual serio, que al mismo tiempo buscaba hacer legal lo que es moral y científico, las Iglesias sintieron una amenaza sin precedentes a su estilo de pensamiento y de vida, y muchos ciudadanos y medios de comunicación, creyeron ver la supuesta “ideología de género” como una ligereza del Manual, por imponer una visión tal vez muy progresista, en una cultura todavía conservadora. El caso, es que muchos incluso llegaron a pensar que el error del ministerio fue querer imponer algo que solo funciona en esos países más desarrollados, como Holanda, Finlandia o Suecia.

No obstante, quienes creyeron, erradamente, que este Manual era otra imposición más, o tal vez una ligereza soñadora y progresista, tal vez no son conscientes de la amenaza real que estamos enfrentando en el mundo. En estos días, el Gobierno Iraní ahorcó a Reihané Yabarí, una mujer que se defendió de un hombre que intentaba violarla. Pero, el lector se preguntará, qué clase de gobierno hace esto. Pues es simple, lo hace un gobierno que se rige por el Corán, un texto “sagrado” que incluso contiene menos alusiones homofóbicas que la Biblia. Tal vez, se pueda considerar que eso nunca sucedería aquí, porque eso es cosa del Islam. No obstante, las conquistas en derecho que se lograron en estas naciones latinoamericanas, como el fallo de la Corte Constitucional a favor de la madre de Sergio Urrego, y que inspiró la creación del Manual en Ambientes Escolares, solo fueron posibles al marginar a la religión del Derecho.

Así, parece que todavía existe un temor a enfrentar a las Iglesias y a las religiones; a arrebatarles a sus seguidores, que son simples personas casi que olvidadas por el sistema educativo y las formas de participación ciudadana. Y es que no es despreciable ver que el poder del fanatismo que hay en darle un incuestionable valor moral a la Biblia, reside en que millones de colombianos son capturados por las Iglesias, simplemente porque ninguna otra institución los acoge. Los domingos, las familias que viven en los centros urbanos, quedan, o a merced de un sistema comercial donde solo se pasea en Centros Comerciales, o a merced de Iglesias que se erigen como agentes moralizantes del mundo, para acoger con chantajes emocionales y sugestiones a  miles de familias, olvidadas por su propia sociedad.


¿Qué queda por hacer? Responsabilizar al ministerio es ridículo, y falto a la verdad de la situación real. La imposición viene de las Iglesias. Pero la falla de la sociedad laica y verdaderamente moral, ha estado en olvidar a su prójimo. En hacer parte de una sociedad fragmentada por el desinterés en el tejido social y en el valor de la convivencia colectiva. La solución, tal vez requiera de cosas que nunca hemos hecho, relacionadas con convivir con mayor frecuencia y con objetivos comunitarios, que logren desterrar de una vez por todas a la ideología religiosa, de los terrenos de la moral y el civismo. En lo personal, no estaría preocupado, si no hubiera visto, en mi propio tiempo de vida, que el bien y la moralidad que profesan y practican las religiones, rápidamente se convierte en violencia y agresión hacia los otros que no son conversos, hacia las otras tribus. La política y la ideología, ya son terrenos de odio y discriminación, por cuenta de las religiones. Las arengas rabiosas de Vivian Morales contra los magistrados de la Corte Constitucional, son un atentado a la razón, tanto como las constantes persecuciones que hace el Procurador a cualquier funcionario del gobierno nacional, que trabaja por las libertades ciudadanas, que contradicen su credo religioso.

En últimas, todos nos aferramos a creencias contradictorias; amamos con facilidad unas, y odiamos con dedicación y compromiso otras.  Bien decía Nicolás Gómez Dávila, que el hombre no se define por sus contradicciones, sino por la manera como se acomoda a ellas. No obstante, la sociedad sufre ante las racionalizaciones más injustas. Debemos luchar por los derechos y la dignidad de la diversidad sexual y de género. Así sea necesario, enfrentar la delicadeza espiritual y religiosa que reside en cada uno de nosotros.

1. Revista Semana. Diponible en: http://www.semana.com/nacion/articulo/gina-parody-enfrenta-a-lgbti-gobierno-y-oposicion/487661
2. Manual de Ambientes Escolares Libres de Discriminación. Disponible en: https://www.yumpu.com/es/document/view/55577229/libres-de-discriminacion/2

sábado, 23 de julio de 2016

Likes para el Sr. Robot.

¿Somos millennials? Elliot, el hacker con aparente trastorno disociativo y alucinaciones esquizofrénicas, protagonista de la innovadora serie de tv, Mr. Robot, podría preguntar lo mismo. Tal vez, como dice la serie, sea esta una pregunta equivocada, con una respuesta correcta; o más bien, una pregunta correcta, con solo posibles respuestas equivocadas.  
Acaso, ¿soy yo un millennial? Sí, me siento inquieto por saberlo; con la prisa por obtener un conocimiento inmediato, esperando los likes de otros visitantes del ágora virtual. Tal vez, vayan diez de ellos, y aún me sienta extraño conmigo mismo. Tal vez llegue a veinte likes, y por fin empiece a sentirme coherente con mis propios pensamientos. Pero, tal vez sobrepase las treinta aprobaciones simbólicas, y mis opiniones resalten por ya ser propiedad de otros; y es que una idea, no sea más que eso que muta de una persona a otra, mientras toma la forma de todas las aprobaciones colectivas.
Pero, ya rendido, me entrego por momentos a la sabiduría dada en la mercadotecnia. Y es que lo confieso: Yo encuentro mayor consuelo existencial al leer sobre perfiles de consumidores, que develan lo estúpidos e inútiles que son mis motivos más personales, así como los de otros, que leyendo filosofía moral o la más profunda teoría psicológica. Bueno, para concluir, la mercadotecnia dice que sí soy un millennial, a pesar de estar en el borde superior del rango de edad que ellos proyectan para mí, y a pesar también de ser parte de una generación que todavía no sabe cómo combinar la vida digital con las experiencias análogas, que si quiera, todavía nos quedan. Pero, al fin y al cabo, el perfil de los millennial me dice más que mi propia consciencia: Me gusta la tecnología de las redes sociales, creo en que el conocimiento debe ser público, desconfío del dinero y de las personas que lo buscan más que otra cosa, y siento constantemente esa efervescente sensación de hacer una diferencia en el mundo. Sí, lo siento, y lo confieso de forma vergonzante, mientras redacto un post pagado con una cuenta de Internet corporativa, financiada con un salario subsidiado por el Estado.
 Pero, quienes me dicen que efectivamente soy un millennial, ¿quiénes son? ¿Están bajo el control? Bueno, acaso algún lector considera que es este mundo contemporáneo el que nos ha hecho paranoicos y desconfiados del progreso. Y es que, quién no quiere emerger como parte de la generación que lo cambiará todo de un tajo: Sin bancos, sin dinero, sin desigualdad, y sobre todo, sin esa agobiante naturaleza humana, tendiente a la infelicidad y al descontento. Prontamente, deseo compartir estas ideas en un post. Rápido, en Facebook. Tal vez en Twitter, pero ahí solo leen a los que en apariencia controlan las opiniones de las mayorías, como una sala de redacción que nunca descansa, bajo el control, no de personas, sino de momentos. ¿Y quién está bajo el control? Mientras tanto, un académico mamerto de tu universidad pública más cercana, está escribiendo un ensayo donde cita a Michel Foucault, que citaba a su vez a otro, otrora filósofo, diciendo cosas extrañas, como: El control es la emancipación inconsciente y colectiva de las clases dominantes. Mientras tanto, nosotros los supuestos millennials, que usamos la Internet para más cosas, que solo revisar  artículos de nuestra revista mamerta preferida, sentimos desazón.
Hemos visto en un tiempo de vida millennial, que es corto aún, varias clases dominantes; hemos visto también, varias formas de ganarse la vida, ser jefe o empleado. Múltiples formas también de éxito, odio e indignación. Las palabras del académico francés nunca parecieron servir para tan poco, como pasar una materia impartida en esas lacónicas y extrañas clases de humanidades. Momento, ya sé. Me voy a limitar a escribir algo que le guste con facilidad a la mayoría de las personas. Diré que los colombianos somos oportunistas, dicharacheros y pendejos, y mi cuenta de likes subirá estrepitosamente, mientras el siempre rico banco de la indignación incrementa su valor marginal con cada comentario. ¿Acaso fuimos programados para indignarnos tan fácilmente? ¿Acaso este constante descontento con la sociedad, no sea más que ese engaño personal  por no ver el fallo de mi propia existencia? ¿Acaso la arrogancia que no puedo evitar, está hecha del mismo material que todas mis emociones?
Bueno, volvamos a Mr. Robot, esa serie que me tiene pensando en todo esto. Quisiera que todos la disfruten, pero temo que más de uno la interpretará como la prueba de su indignación personal. Dirán que Anonymous y Fsociety son los parangones de libertad, contra el capitalismo, el corporativismo y la ilusión impuesta por este mundo de aparentes democracias, y caprichos de políticos a sueldo por las multinacionales. Sí, eso es lo que me preocupa. Que obras de arte como la novela distópica, 1984 de George Orwell, o ahora la serie de tv de una humilde operadora de cable gringa, Mr. Robot, se terminen de convertir en el mismo fallo estúpido de siempre. En más indignación, y en más cultura millennial.
Pero es que la generación hippie de los sesentas también creyó ser esa generación. También la de principios de siglo veinte. Tal vez solo hablo carreta, con mi sociología de cafetín electrónico, que ni siquiera usa bitcoins para pagar un café. Bueno, Sócrates murió en el ágora por defender la libertad de expresión, mucho antes de los rabiosos reclamos con menos de 180 caracteres, o las opiniones políticas filtradas en medio de fotos y likes que proyectan vidas e imágenes de pasados y futuros extraños. Pero, aparte de toda esta locura de ideas que no le pertenecen realmente a nadie, sépase que cualquier distopía política o informática, no es más caótica que cualquier percepción humana. Así que, siguiendo las palabras de Blaise Pascal, y sí, cito a un filósofo enigmático del pasado para parecer más relevante, digo, “no puedo creer aquello de lo que estoy hecho”. Pero este escepticismo, personal, irrepetible, y vivido solo por cada uno, estará tan programado, y será tan fútil y estúpido, como lo es la facilidad con la que usted lector puede compartir estas más de mil palabras procesadas en pequeños caracteres, casi aleatorios.

Así que, adelante, dele un like a esta publicación. Deme el gusto de estar bajo el control de mis propios errores y desaciertos. Amplifique mi ilusión de estar a cargo de lo que pienso, y usted obtendrá lo mismo. Y, sí, cada uno de nosotros, escuchemos y peleemos con el Sr. Robot. Bienvenido, y como decía el en apariencia profético tercer álbum de Radiohead, Ok Computer; sí señor Robot (mientras tanto suena en la mente de Elliot, la canción de Pixies, Where is my Mind… y no, no es copia de The Fight Club, no lo es, claro que no, obvio que no). 

lunes, 23 de mayo de 2016

Lo público y lo privado


Una vida personal se complace con más frecuencia a sí misma, que lo que se cuestiona. Lo común siempre es aspirar a ser los más justos, nobles e inteligentes en nuestros actos futuros. Así, el mundo privado es aquel que se entretiene en el placer de hacer las paces consigo mismo. En el laberinto interno de los reproches, los recuerdos y los sentimientos más personales, solo hay un causante de todo, y ese es yo.

Como complemento inevitable a ese mundo privado, está el mundo público; ser escuchado, tanto como ser recordado. El mundo público promete diluir las angustias más privadas, al encontrar un reflejo de sí mismo en los demás. Y es que el sí mismo se diluye con facilidad por fuera del torrente que es cada consciencia, cada sensación. Saber entonces reconocer en otros los anhelos más personales resulta el más valioso de todos los motivos humanos. Sin embargo, el mundo público no es un mundo más claro y más objetivo que el cambiante y enrevesado mundo privado e interno.

Gobernarse a sí mismo, podría ser tan utópico, y requerir de tan alta filosofía, como gobernar a una sociedad. Conocer los deseos de cada persona, podría resultar tan enigmático, como conocer los propios. No parece entonces casual, que las ideologías políticas y sociales parezcan tan confundidas sobre qué son lo público y lo privado, como confundido está cada individuo, sobre la validez de sus recuerdos y lo propio de su identidad; cada persona lucha con saber si una idea es suya, o si no resulta en uno más de esos sofisticados robos humanos dados siempre que hacemos una propiedad de aquello que a hurtadillas escuchamos de otros.

El orgullo, vaya sentimiento humano; el placer por hacer de uno aquello que sentimos podría ser de otros, siempre que demuestren mayores cualidades y mayores fortunas. Y es que todo individuo parece luchar contra la posibilidad de perder el mérito que cuidadosamente se da a sí mismo, cuando se convence de sus virtudes y merecimientos. También, cada individuo exige un mundo público acorde a estos requerimientos más personales.

Así, los campeones de la meritocracia y la igualdad, defienden lo público, por considerarlo el escenario de prueba de sus valías más privadas y personales. Y es así como el engaño colectivo sobre los merecimientos de unos sobre otros, se perpetúa. La idea confusa e ingenua, de que el sistema económico debe funcionar diferente, si aplica en instituciones públicas o privadas, no parece tan diferente, a la eterna confusión de la identidad personal; acaso, esta persona que veo en el espejo, que merece mi propia autoestima, seré yo, o lo que creo los demás ven y piensan de mí.