domingo, 27 de diciembre de 2015

La psicología de Lucy Van Pelt


La clásica serie animada Peanuts, conocida como Charlie Brown and Snoopy, o simplemente como Snoopy, contiene fuertes personalidades. Una de ellas, es Lucy Van Pelt, la excéntrica niña antagonista de las buenas intenciones de Charlie Brown; Lucy es un personaje la mayor parte de las veces agresivo y temperamental, con visibles dificultades para aceptar el infortunio de toda vida que no se entregue al auto engaño y a los delirios de la auto superación. Y es que, mientras Charlie Brown aprende casi a golpes lecciones más apropiadas para la vida adulta que la de un niño, Lucy nos recuerda la perseverancia de todo espíritu que se reconforta en la auto indulgencia.  Es cierto, Lucy también puede ser algo generosa en sus juicios, y con rareza exclamar, casi con nerviosismo, que Charlie Brown puede estar "lleno de sorpresas". Pero no nos engañemos, Lucy lo hace solo ante situaciones donde teme al ridículo y al rechazo, por no saber reconocer los pocos aciertos del niño que reconforta su falta de seguridad en su perro, Snoopy. Al fin y al cabo, Lucy le regala a Charlie Brown un libro de auto ayuda, para que deje de ser él, débil, inseguro e inadaptado, y sea como ella, segura, confiada en sí misma y capaz de solucionar sus problemas personales. 

Y es que Lucy es un personaje, por demás decir, encantador y fuerte, pero innegablemente representativo de esos temores colectivos, propios de la vida adulta de las personas, por mostrarse débiles, temerosas y llenas de incertidumbres. La psicología de Lucy Van Pelt es una parodia creada por el autor de Peanuts, Charles M. Chultz, difundida al rededor del mundo desde los años cincuentas. Empero, a mi parecer, Lucy dice mucho sobre una ideología imperante desde principios del siglo xx, primero en Norte América, y luego al rededor del mundo. Un conjunto de ideas, muy contagiosas, y propias de la vida moderna, sobre la utilidad de inventarse una psicología sugestiva centrada en el bienestar personal. 

Tal vez en siglos anteriores, y en esto soy muy especulativo, las aspiraciones de las personas eran distintas. Más que temer al fracaso y a la ridiculez de errar constantemente, las personas temían con mayor razón a acciones violentas de tribus invasoras, o a decisiones crueles de los dueños de feudos y latifundios. Yendo más atrás, tal vez en la vida antigua, el esclavo no temía igual que su amo. Mientras los subyugados tenían certeza de no querer valorar sus vidas por sueños de libertad y riqueza, por saberse esclavos, los hombres ricos y poderosos eran los únicos poseedores del infortunio dado en tener que demostrar la valía de sus vidas libres.

La psicología de antaño, ese conjunto de ideologías sobre el valor de la vida, parecía resolverse a fuerza de historias sobre el destino, marcado con el signo de los dioses, las riquezas inesperadas o las guerras guiadas, no por las decisiones de las personas, sino por los designios incontrolables de los mitos y las fuerzas de la naturaleza. Desde la Ilíada de Homero, con el destino como presdigitador incontrolable, hasta las historias de grandes expectativas otrora nunca realizables, donde la suerte se une con la fortuna, como en las novelas de Dickens. 

Sin embargo, en el siglo xx la vida humana pareciera entrar en una nueva dinámica. Una sociedad comunicada por vías férreas  con carriles de acero, que inundaban territorios antes inalcanzables. Líneas de teléfono que colgaban en los nuevos paisajes urbanos, realizando pequeñas omnipresencias humanas.  La banca moderna empezaba a imprimir billetes que no representaban valores reales, sino especulativos. Así, el valor de la vida dejó de estar predeterminado por los designios de la clase social, la tribu o la herencia. La sociedad humana parecía entonces solo posible por los designios de la propia empresa personal, que es la existencia particular. Intelectuales del naciente siglo xx, como William James, sentenciarían frases propias de esta nueva ideología: "el pesimismo conduce a la debilidad, el optimismo al poder".

Cierto es que a principios del siglo xx, Europa seguía siendo un continente viejo. Las luchas internas de las aristocracias darían inicio a la primera guerra mundial. Sin embargo, durante el siglo xx el viejo continente vería el auge de las ideologías que se sustentaban en la idea de una suma de poderes,  por los esfuerzos individuales de líderes políticos y sindicales, por la revolución de los subyugados, y las luchas de los hambrientos y los nuevos herederos de fortunas antes ajenas.

La psicología moderna nacería en los cientos de libros que se publicarían a inicios del siglo xx sobre cómo ser un superhombre, un líder, alguien que pasa sobre los designios de los dioses, la herencia, la tradición o la mala suerte. Poco a poco, destronaría a la filosofía psicoanalista, inspirada en los destinos del Edipo y el Tanatos. También, poco a poco, la psicología moderna acabaría con ese sentimiento epifánico dado por las ideas marxistas, centradas en causantes sociológicos, cuando el emprendedor "se libera de sus complejos de clase". Ya en los años cincuentas, las librerías estarían atiborradas de ideas que especularían, tanto como el mercado, sobre qué hace a una vida valiosa. Y este valor, ya no estaría en las capacidad de insight personal, o en la aceptación de lo incambiable. Los nuevos gurús del valor marginal de cada vida, serían  variados y sui generis. 

El concepto del Best Seller aparecería, para reflejar no solo grandes ventas de libros y manuales, sino también, grandes aspiraciones personales. Desde el primer libro de auto ayuda, escrito por Samuel Smiles en 1859, pasando por el auge de todos los libros de la nueva era que inundarían los estantes de supermercado desde los años cincuentas y sesentas, hasta el auge de escritores de ficción moralizante, como Paulo Cohelo, y de espiritualidad pseudo científica, como Depak Chopra o Jorge Bucay.

Sin embargo, la psicología de Lucy, aquella que delira en auto indulgencias, exigencias de superación y solución de problemas personales, no sería una influencia solo apremiante en el mainstream de las publicaciones de auto ayuda. Esta psicología llegaría para establecerse en el medio académico. Desde que el conductista John B. Watson dijera:


“Dadme una docena de niños sanos, bien formados, para que los eduque, y yo me comprometo a elegir uno de ellos al azar y adiestrarlo para que se convierta en un especialista de cualquier tipo que yo pueda escoger -médico, abogado, artista, hombre de negocios e incluso mendigo o ladrón- prescindiendo de su talento, inclinaciones, tendencias, aptitudes, vocaciones y raza de sus antepasados” 1930, pág 104.

La ideología Lucy ha sido tan fuerte desde entonces, que incluso hoy en día conductistas (académicos) actuales dirán que la cita de Watson ha sido mal interpretada. El caso, es que los conductistas han incurrido en argumentos Ad Hoc para defender lo indefendible: La idea según la cual el comportamiento desadaptado o poco funcional en un contexto es producto de malos aprendizajes o seguimientos inadecuados de instrucciones. Tal idea, llevaría a crear una disciplina totalmente ficticia, pero sugestiva, como ficticias y sugestivas son las recomendaciones de un párroco para no pecar, de un evangelizador para encontrar la virtud, o las de un asistente en coaching para hacer totalmente coherentes los deseos personales con los objetivos empresariales.

 B.F. Skinner, psicólogo norteamericano, insistió en esto que yo llamo la psicología de Lucy. Skinner aseguró sin muchas pruebas reales que son las instrucciones culturales las cuales dan contenido y función a la manera como funcionamos psicológicamente. Tanto así, que Skinner llegaría a plantear erradamente que los humanos y cualquier otro organismo, vivimos en pro del bienestar personal, y que de ser altruistas o cooperativos, solo lo seríamos por tener que seguir instrucciones de nuestro grupo social para un beneficio común, donde cada individuo adquiere una ganancia práctica o tecnológica. Esta es tal vez la idea más equivocada en términos de micro economía humana que se pueda argumentar. Sin embargo, Skinner incluso interpretó equivocadamente la teoría de la selección natural y la evolución de las especies, para justificar algo principalmente ideológico. La idea de que somos organismos guiados de manera ubicua y global por la búsqueda del bienestar:
"Existen notables semejanzas entre la selección natural, el condicionamiento operante y la evolución del ambiente social. Los tres no solamente prescinden de un designio creador previo y de un propósito previo, sino que acuden a la noción de supervivencia como valor. Lo bueno para la especie es que propicia su bienestar. Lo bueno para la cultura es que permite solucionar sus problemas". B.F. Skinner.

La filosofía de Lucy, afirmaría, no sería cuestionada por los libros de auto ayuda emergentes, ni por la psicología académica. Más bien, sería la literatura la que tomaría distancia de estas ideas imperantes desde principios del siglo xx. Solo es mencionar a Scott Fitzgerald y su obra el Gran Gatsby, un testimonio sobre el carácter relativo de la vida que se entrega a los valores imperantes de su cultura y su sociedad. Fitzgerald  resalta el infortunio moral y existencial de toda vida que se valora por adaptarse a sus tiempos y circunstancias. 

La psicología de Lucy, creo, continuaría siendo una ideología imperante, casi disfrazada de ciencia o argumento Ad Hoc de las academias y los Best Sellers. En la psicología aplicada, casi no hubo cuestionamiento a aceptar categorías psicopatológicas sin ninguna evidencia realmente científica. La psicología aplicada, solo siguió la corriente; terapias cognitivo-conductuales que no dicen realmente mucho sobre el valor de una vida humana, pero sí muchas cosas sobre síntomas y errores mentales, o de aprendizaje; experimentos psicológicos que no logran aplicarse a situaciones de verdadero interés humano, como aquellas relacionadas con la convivencia, la justicia, la moral y la vida personal; pruebas que miden personalidades, actitudes y psicopatologías, pero que no logran predecir ni explicar las verdaderas angustias de la vida moderna.


La psicología de Lucy Van Pelts, que propongo, obviamente es una parodia, en parte un disparate, pero tal vez también es una alegoría relevante, cuando cabe preguntarse por qué la psicología contemporánea no resuelve las inquietudes existenciales de millones de personas. Pareciera más un campo totalmente especulativo, donde escritores de Best Sellers y académicos se dedican a proferir ideas sugestivas y amañadas desde sus propios campos. Como Lucy, auto indulgente, muy confiada de sí misma, y segura de que su ideología jamás verá duda mientras ella no se exija  un razonamiento más escéptico. Desde las recomendaciones de Depak Chopra por creer en la auto sanación y el poder de programar la mente para pensar en positivo, hasta las locas ideas de académicos que creen en el determinismo cultural y social. Lucy, feliz, siempre dispuesta a cree tener la razón y decir cosas de absoluta trascendencia, mientras se engaña a sí misma. No se reconoce temerosa de la naturaleza ilusoria de todo entendimiento humano; no puede creer en una mente sin metas globales; tampoco, ve verosímil la intrascendencia de cualquier meta personal. Para la "psicología de Lucy", los humanos solo buscamos el bienestar; sea este cosa de auto engaño o no, no importaría. Sin embargo, ahí ha estado, dándole forma a muchas psicologías.  Prácticamente, a todas. 

martes, 8 de diciembre de 2015

Una idea loca




Sería interesante ensayar algo para las investigaciones en psicología.

Cada vez me pregunto más qué utilidad tiene realmente la mayor parte de la psicometría que en teoría usamos; teorías de la significancia, solo nos han dejado con más cuestionamientos que respuestas teóricas; medidas de magnitudes del efecto, parecen imposibles de hacer universales y coherentes unas con otras. 

Y es que hay un problema básico, que vale la pena plantearse; acaso, ¿la psicología realmente es el estudio de regularidades empíricas? ¿Acaso realmente puede medir valores constantes y/o específicos para estimar la probabilidad de una emoción, una idea, un sesgo, una creencia, o una ilusión?. 

Tal vez sería más relevante tener como asesores de análisis cuantitativos y probabilísticos, no a estadísticos generales; mejor ensayar con matemáticos que pongan a prueba la teoría de juegos; mejor ensayar con economistas que generen modelos de simulación de toma de decisiones.

Pero claro, la psicología, en general, es una disciplina en extremo conservadora; propia, no de las innovaciones en tecnologías de la información e investigación computacional, sino más cercana a las inercias académicas; a las formas tradicionales de hacer las cosas. 

Pero bueno, por lo menos, hay personas como Alex Pentland, Steven Pinker, Richard Dawkins, o George Ainslie, que comprenden que la salida sí puede ser tratar de ir más hacia los modelos de simulación en la toma de decisiones.


Pero bueno, quién podrá en un futuro, cerrar de una buena vez por todas, toda esa práctica en extremo pseudocientífica, casi política, que hay en diseñar pruebas psicológicas de inteligencia, rendimiento, psicopatología y personalidad. Esa extraña tendencia de analizar las probabilidades, no antes, sino después de medir. 

sábado, 21 de noviembre de 2015

El día del psicólogo

En lo personal, preferiría que no celebráramos el día del psicólogo, sino que celebráramos los avances de la sociedad y los logros de entenderla de manera interdisciplinaria; la psicología en Colombia y otros países, lamentablemente, se tornó desde hace décadas en una disciplina alejada de la realidad científica y académica del mundo. Mientras en otras partes psicología es cada vez más un sinónimo de lo que estudian varias disciplinas y varias ciencias, en Colombia la cosa sigue siendo dominada por áreas y discursos específicos, que no salen de sus zonas de confort. Finalmente, para el público general Walter Riso y Annie de Acevedo son más psicólogos que cualquier connotado académico con cientos de publicaciones indexadas y más de un doctorado. 

Creo que deberíamos celebrar es cuando veamos menos fronteras entre los programas de psicología y otras disciplinas. Y es que estas fronteras se erigen todos los días en las academias de psicología colombianas: por ejemplo, con supuestos expertos en temas de género, que ni saben cómo evolucionó el sexo; supuestos expertos en análisis conductual, que desconocen por completo las nociones más básicas de IA; o supuestos psicólogos sociales, que en su vida han leído 1984, un Mundo Feliz o Farhenheit 9/11.

Más allá de enfoques epistemológicos que discuten todavía entre el positivismo-lógico y lo crítico social, lo importante es lograr pensar con claridad; pero es fácil llenar la boca con términos que el grueso de la gente vive feliz al desconocer, y que no extrañan, como se extraña un tratamiento eficiente o una solución práctica. Términos raros, imprecisos, pero ambiciosos, pretenciosos: análisis conductual, formulación clínica, procesos sociales, metacontingencias, etc. Decía Lev Vygotsky, la psicología lleva décadas en crisis, y apenas era 1927. La academia seguramente ha hecho del perenne estado de crisis de la psicología la misma inercia. 

Pero, feliz día del psicólogo y la psicóloga, porque como dijo el poeta, siempre sobran los motivos para celebrar.