¿Somos millennials?
Elliot, el hacker con aparente trastorno disociativo y alucinaciones
esquizofrénicas, protagonista de la innovadora serie de tv, Mr. Robot, podría preguntar
lo mismo. Tal vez, como dice la serie, sea esta una pregunta equivocada, con
una respuesta correcta; o más bien, una pregunta correcta, con solo posibles
respuestas equivocadas.
Acaso, ¿soy yo un millennial? Sí, me siento inquieto por
saberlo; con la prisa por obtener un conocimiento inmediato, esperando los likes de otros visitantes del ágora
virtual. Tal vez, vayan diez de ellos, y aún me sienta extraño conmigo mismo.
Tal vez llegue a veinte likes, y por fin empiece a sentirme coherente con mis
propios pensamientos. Pero, tal vez sobrepase las treinta aprobaciones
simbólicas, y mis opiniones resalten por ya ser propiedad de otros; y es que
una idea, no sea más que eso que muta de una persona a otra, mientras toma la
forma de todas las aprobaciones colectivas.
Pero, ya rendido, me entrego por momentos a la sabiduría
dada en la mercadotecnia. Y es que lo confieso: Yo encuentro mayor consuelo
existencial al leer sobre perfiles de consumidores, que develan lo estúpidos e
inútiles que son mis motivos más personales, así como los de otros, que leyendo
filosofía moral o la más profunda teoría psicológica. Bueno, para concluir, la
mercadotecnia dice que sí soy un millennial, a pesar de estar en el borde
superior del rango de edad que ellos proyectan para mí, y a pesar también de ser
parte de una generación que todavía no sabe cómo combinar la vida digital con
las experiencias análogas, que si quiera, todavía nos quedan. Pero, al fin y al
cabo, el perfil de los millennial me dice más que mi propia consciencia: Me
gusta la tecnología de las redes sociales, creo en que el conocimiento debe ser
público, desconfío del dinero y de las personas que lo buscan más que otra
cosa, y siento constantemente esa efervescente sensación de hacer una
diferencia en el mundo. Sí, lo siento, y lo confieso de forma vergonzante,
mientras redacto un post pagado con una cuenta de Internet corporativa,
financiada con un salario subsidiado por el Estado.
Pero, quienes me
dicen que efectivamente soy un millennial, ¿quiénes son? ¿Están bajo el
control? Bueno, acaso algún lector considera que es este mundo contemporáneo el
que nos ha hecho paranoicos y desconfiados del progreso. Y es que, quién no
quiere emerger como parte de la generación que lo cambiará todo de un tajo: Sin
bancos, sin dinero, sin desigualdad, y sobre todo, sin esa agobiante naturaleza
humana, tendiente a la infelicidad y al descontento. Prontamente, deseo
compartir estas ideas en un post. Rápido, en Facebook. Tal vez en Twitter, pero
ahí solo leen a los que en apariencia controlan las opiniones de las mayorías,
como una sala de redacción que nunca descansa, bajo el control, no de personas,
sino de momentos. ¿Y quién está bajo el control? Mientras tanto, un académico
mamerto de tu universidad pública más cercana, está escribiendo un ensayo donde
cita a Michel Foucault, que citaba a su vez a otro, otrora filósofo, diciendo
cosas extrañas, como: El control es la emancipación inconsciente y colectiva de
las clases dominantes. Mientras tanto, nosotros los supuestos millennials, que
usamos la Internet para más cosas, que solo revisar artículos de nuestra revista mamerta
preferida, sentimos desazón.
Hemos visto en un tiempo de vida millennial, que es corto
aún, varias clases dominantes; hemos visto también, varias formas de ganarse la
vida, ser jefe o empleado. Múltiples formas también de éxito, odio e
indignación. Las palabras del académico francés nunca parecieron servir para
tan poco, como pasar una materia impartida en esas lacónicas y extrañas clases
de humanidades. Momento, ya sé. Me voy a limitar a escribir algo que le guste
con facilidad a la mayoría de las personas. Diré que los colombianos somos
oportunistas, dicharacheros y pendejos, y mi cuenta de likes subirá
estrepitosamente, mientras el siempre rico banco de la indignación incrementa
su valor marginal con cada comentario. ¿Acaso fuimos programados para
indignarnos tan fácilmente? ¿Acaso este constante descontento con la sociedad,
no sea más que ese engaño personal por no ver el fallo de mi propia
existencia? ¿Acaso la arrogancia que no puedo evitar, está hecha del mismo material
que todas mis emociones?
Bueno, volvamos a Mr. Robot, esa serie que me tiene pensando
en todo esto. Quisiera que todos la disfruten, pero temo que más de uno la
interpretará como la prueba de su indignación personal. Dirán que Anonymous y Fsociety son los parangones de libertad, contra el capitalismo, el
corporativismo y la ilusión impuesta por este mundo de aparentes
democracias, y caprichos de políticos a sueldo por las multinacionales. Sí, eso
es lo que me preocupa. Que obras de arte como la novela distópica, 1984 de George Orwell, o ahora la serie
de tv de una humilde operadora de cable gringa, Mr. Robot, se terminen de convertir en el mismo fallo
estúpido de siempre. En más indignación, y en más cultura millennial.
Pero es que la generación hippie de los sesentas también creyó ser esa generación. También la de principios de siglo veinte.
Tal vez solo hablo carreta, con mi sociología de cafetín electrónico, que ni
siquiera usa bitcoins para pagar un
café. Bueno, Sócrates murió en el ágora por defender la libertad de expresión,
mucho antes de los rabiosos reclamos con menos de 180 caracteres, o las opiniones
políticas filtradas en medio de fotos y likes que proyectan vidas e imágenes de
pasados y futuros extraños. Pero, aparte de toda esta locura de ideas que no le
pertenecen realmente a nadie, sépase que cualquier distopía política o
informática, no es más caótica que cualquier percepción humana. Así que,
siguiendo las palabras de Blaise Pascal, y sí, cito a un filósofo enigmático del
pasado para parecer más relevante, digo, “no puedo creer aquello de lo que
estoy hecho”. Pero este escepticismo, personal, irrepetible, y vivido solo por
cada uno, estará tan programado, y será tan fútil y estúpido, como lo es la
facilidad con la que usted lector puede compartir estas más de mil palabras
procesadas en pequeños caracteres, casi aleatorios.
Así que, adelante, dele un like a esta publicación. Deme el
gusto de estar bajo el control de mis propios errores y desaciertos. Amplifique
mi ilusión de estar a cargo de lo que pienso, y usted obtendrá lo mismo. Y, sí,
cada uno de nosotros, escuchemos y peleemos con el Sr. Robot. Bienvenido, y
como decía el en apariencia profético tercer álbum de Radiohead, Ok Computer; sí señor Robot (mientras tanto suena en la mente de Elliot, la canción de
Pixies, Where is my Mind… y no, no es copia de The Fight Club, no lo es, claro
que no, obvio que no).
No hay comentarios:
Publicar un comentario